sábado, 19 de septiembre de 2015

Dada: esos chiflados que querían destruir todo

Eran anarquistas, apátridas, hostiles a toda forma de embrutecimiento social. Es decir que los dadaístas hoy nos hacen falta.

Por Philippe Sollers


El 23 de Junio de 1916, en Cabaret Voltaire, en Zúrich, un tipo vestido con un cómico traje “cubista”, sube al escenario y comienza a recitar con voz monocorde un incomprensible poema, serie de onomatopeyas perfectamente calculadas. La sala está abarrotada, resuenan gritos y risas, el tipo continúa, impasible, más serio que un papa, y entona su partitura cuya clave no se encontrará en ningún lado. Se llama Hugo Ball. Dada ha nacido.
¿Dada? ¿En plena carnicería de la Primera Guerra Mundial? ¿Mientras los heroicos peludos se baten en las trincheras? ¿Mientras Francia y Alemania se masacran y se asfixian con gases? ¿Quiénes son esos desertores y esos rebeldes de los que nadie, hoy, en plena conmemoración morbosa, osa pronunciar su nombre?
Locos, agitadores, extranjeros apátridas, que eligieron el nombre de su movimiento contra el arte y la sociedad, al azar, en un diccionario. “Dada” ¿Se dan una idea? Escuchen este otro chiflado llamado Tzara: “Nos hacen falta obras fuertes, rectas, precisas, por siempre incomprendidas”
“¡Merdre!”
¿No irán a decirme que esos manifestantes determinados y absurdos van a gozar de repercusión mundial? Y sin embargo, sí, la tierra gira diferente a partir de esa época, por todos lados ya se han producido rupturas importantes. Se debería haber confiado más en Jarry, con su “Ubú” y su grito de guerra lanzado frente al viejo teatro putrefacto: “¡Merdre!” Ninguna voz retoma el slogan en nuestros días, es extraño.
Porque la muchedumbre es una masa inerte, incomprensiva y pasiva, que es necesario sacudir de vez en cuando, para que se conozca por sus gruñidos de oso dónde está- y de dónde está. Es bastante inofensiva, pese al número, porque combate la inteligencia.
Hoy es inútil golpear, el ruido del espectáculo abarcó todo, y todas las antiguallas están de nuevo de moda, acompañadas de un continuo despliegue de cine todopoderoso. Pero nunca se sabe, la puerta está trancada y abierta a la vez. (La reedición del “Diccionario del dadaísmo” de Georges Hugnet es por lo tanto bienvenido, pese a numerosos errores). Tzara, también: “Dada no es un dogma ni una escuela, sino una constelación de individuos y de facetas libres.”
¿Los nombres de estos aventureros desaparecidos? Aquí están: Arp, Ball, Janco, Huelsenbeck, Hausmann, Picabia, Man Ray, Richter, Schwitters. Pronto estuvieron por todos lados, en New York (Duchamp), en Berlín, en Paris,  en Moscú, en la Luna. Duchamp impacta a los americanos con su « Fuente », mingitorio sagrado obra maestra, y sus «ready-mades», encuentros entre un objeto y una intervención elegida (un porta-botellas, por ejemplo): “Ese relojismo, instantáneo, como un discurso pronunciado en no importa qué ocasión pero a tal hora. Es una especie de cita.” Podrá encontrarse en cualquier momento, si quiere, con su vida. No seguramente en la feria de arte, pero sí en los desmontajes, los fotomontajes, al ritmo de glosolalias. (Artaud recordará).

André Breton sosteniendo un afiche dada, en 1930. (Sipa)
¿Pero quién es este joven tan chic que lleva una pancarta? Se llama André Breton, está destinado a un gran futuro. En la pancarta, se puede leer, en letras mayúsculas, una declaración de Picabia, siempre actual: “Para que ames cualquier cosa, hace falta que la hayas visto y entendido durante mucho tiempo, pedazo de idiota”. Dada se enfrenta todo, incluso a sí mismo, es un elogio a la contradicción permanente y la afirmación “desinteresada de los mataderos de la guerra mundial”
El mundo no tiene sentido
Dada, o el movimiento perpetuo contra la desaceleración y el embrutecimiento social. Desde luego, la opinión se desencadena, todo lo que es nacional, moral, identitario, progresista, reaccionario, de derecha como de izquierda, repulsa ese anarquismo radical caído del cielo. ¿Aspirar a darle sentido  a nuestros sacrificios y a nuestros esfuerzos? Dada lo recusa. El mundo no tiene sentido, aunque el periodismo esté para repetirnos lo contrario. Tzara, un día, a Picabia, “Imagino que la idiotez es en todos lados la misma, porque hay periodistas por todos lados”
Stalin vendrá a saldar cuentas con los formalistas y los futuristas, y Hitler con “el arte degenerado”. Pero la guerrilla se obstina, y Dada no aminora sus execrables acciones a través del surrealismo, el letrismo, el situacionismo, poniendo en cuestión todos los “ismos”. No hay comunidad dada. Por donde rezume o predique el bien-pensar, aparece Dada. Nada más absurdo que el juicio intentado contra Barrès, en 1921, por “crimen contra la seguridad del espíritu”. Breton es presidente del tribunal, Aragón en la defensa- Tzara no está de acuerdo:
No tengo ninguna confianza en la justicia, aun cuando esa justicia esté hecha por Dada. Convendrán conmigo que no somos más que una manga de cabrones y que en consecuencia, las pequeñas diferencias, cabrones más grandes o cabrones más chicos, no tienen ninguna importancia.
La revista de Breton, “Literatura”, nos informa que al mismo tiempo el acusado Barrès “discurría en Aix-en-Provence sobre el alma francesa durante la guerra, frente a jóvenes provincianos que escuchaban boquiabiertos al académico enviado de París”.
"Gadgi beri bimba glandridi laula lonni cadori"
¿Dos juicios que hoy darían mucho que hablar? El primero contra Péguy, acusado de ser un poeta execrable. El otro, en defensa de Heidegger, bajo pretexto de haber pronunciado muchas veces la palabra “dada” queriendo decir “sí” en ruso. Este gran criminal de pensamiento no puede por lo tanto presumirse culpable. Contra toda moral, y el gran escándalo general, Péguy será por lo tanto condenado y Heidegger absuelto. Cómo se justifica este fallo de Courteline en la época: “Los dadaístas son mercaderes de la violencia y empresarios de la locura.”
Dada cree sólo en el instante, y por eso es eterno. Escuchen a este Hugo Ball, imperturbable: «Gadgi beri bimba glandridi laula lonni cadori...» ¿Qué espectáculo lo hace mejor en Paris? ¿Cómo ahuyentar mejor a un público servil?
No habrá otro intento de intervención, es una lástima. Todavía Tzara, en 1919:
No escribo por oficio, ni tengo ambiciones literarias. Me habría vuelto un aventurero de gran porte, de gestos delicados, si hubiese tenido la fuerza física y la resistencia nerviosa para lograr esta sola hazaña: no aburrirme.
O Picabia: “La felicidad, para mí, es no mandar a nadie y que nadie me mande.”
Philippe Sollers

Traducción: Raquel Heffes

Fuente : "le Nouvel Observateur" del 27 de febrero de 2014.